Me disculpo por haber estado ausente estas últimas dos semanas; realmente extrañé escribir mi reflexión semanal. Estuve viajando con mi hijo, aprovechando la semana de receso escolar, y al regresar tuve que ponerme al día con algunos asuntos laborales y personales. Visitamos tres ciudades en Estados Unidos, cada una con su encanto pero, más allá de explorar nuevos destinos, lo más valioso fue el tiempo de calidad que compartimos.

Durante esta escapada, reflexioné sobre lo enriquecedoras que son estas experiencias para fortalecer nuestra relación. Estar juntos en un entorno diferente nos permitió desconectarnos de la rutina y de las presiones cotidianas, sin la prisa de los horarios ni las responsabilidades diarias.

Este tipo de vivencias son la mejor herencia que le puedo dejar a mi hijo, el mejor legado. Estoy segura de que siempre recordará estos viajes con mamá, donde tenemos la bendición de disfrutar de nuestra complicidad, compartiendo momentos únicos y risas que atesoraré para siempre.

Aunque fue una semana maratónica, llena de actividades, largas caminatas y visitas con amigos, cada segundo valió la pena. Ver su cara de asombro ante nuevos lugares y la conexión que formamos fue la mayor recompensa.

Ahora, de vuelta a la realidad, me siento renovada y convencida de que estos momentos fuera de la monotonía son esenciales para nutrir nuestras relaciones más importantes. Estos viajes se han convertido en una tradición en nuestro pequeño, pero fuerte, núcleo familiar y ya estoy emocionada por planear el próximo.

Solo agradezco a Dios por haberme permitido disfrutar de este viaje y crear recuerdos junto a mi hijo, y pido poder contar con buena salud para emprender la próxima aventura. ¡Lo mejor está por venir!