Quiero compartir una experiencia reciente que me hizo reflexionar sobre lo esencial que es romper la rutina y disfrutar de la vida, incluso con todas mis responsabilidades. El fin de semana pasado, salí con una amiga y, aunque estuve a punto de cancelar nuestros planes ese mismo día, me sorprendí de lo mucho que disfruté la noche.

A veces, como madre dedicada, siento que pasar un rato agradable es un lujo que no puedo permitirme. Las expectativas de los demás, especialmente de ciertos miembros de mi familia, sumadas a mis propias obligaciones, me hacen sentir culpable por querer buscar momentos de ocio y diversión. Pero esa noche comprendí que salir, bailar y reírse no sólo es válido; es necesario.

Querer disfrutar de la vida no significa que sea inmadura. Al contrario, es una forma de mantenerme conectada conmigo misma y con quienes me rodean. Reprimir esos deseos me desgasta y me hace sentir más vieja de lo que realmente soy. Permitirme pasar buenos momentos me ayuda a recuperar la energía que a veces se pierde en el día a día.

Es importante encontrar un equilibrio saludable. La diversión no debería ser una excusa para evadir responsabilidades, sino algo que las complemente. También es fundamental rodearse de personas con buena energía, que comprendan mi deseo de vivir plenamente. Tener amigos que compartan esos mismos valores enriquece mi vida.

Al final del día, es importante recordar que vivir plenamente no es un capricho, sino una necesidad. Como madre y mujer, tengo derecho a buscar momentos de alegría que me recuerden que estoy viva. La vida debe sentirse como un viaje emocionante, y cada risa compartida me acerca a una felicidad auténtica y un bienestar integral y, es por eso, que no subestimo el poder de esos breves momentos; son los que me recuerdan quién soy en medio del caos diario.