Como madre soltera, he aprendido a ser el pilar inquebrantable en la vida de mi hijo de 10 años. Mi hijo, a pesar de tener mucho talento, ha estado atravesando una etapa de incertidumbre y frustración en su academia de fútbol. Cada vez que se enfrenta a un desafío en el campo, se bloquea, y esa terquedad que a veces admiro se convierte en un obstáculo.

Ayer fue uno de esos días especialmente difíciles. Le di la opción de escoger entre dos prácticas de fútbol: una cerca de casa y otra un poco más lejos. Optó por la que quedaba más lejos, pero al llegar a la cancha, se negó a bajarse del carro. Lo había prometido antes, que esto no volvería a pasar, pero ahí estábamos otra vez. La frustración me invadió y, sin poder contenerme, lloré. La situación se volvió aún más difícil cuando el coach intentó hablar con él, y aun así, se negó a salir del vehículo.

En ese momento, perdí el control de mis emociones y, al final, decidí castigarlo. Le expliqué que su comportamiento debía tener consecuencias y que no era justo para mí ni para él mismo. Quiero que entienda que el compromiso y la responsabilidad son parte de su crecimiento.

Lo que más me duele no es solo la frustración que él experimenta, sino la impotencia de no tener una solución inmediata para aliviar su malestar. Me duele verlo tan desalentado y no saber cómo ayudarle de manera efectiva. Intento siempre hablarle de manera tranquila, poniendo ejemplos de otras personas, tanto de mi propia experiencia como de situaciones que él ha vivido en el pasado. También leemos libros de historias de superación personal, donde el protagonista no es el favorito, con la esperanza de que pueda identificarse y encontrar inspiración. Además, he recibido muy buenos consejos de personas jóvenes con experiencia en el tema, los cuales he tratado de poner en práctica.

En estos momentos de desesperación, me recuerdo por qué comencé este viaje con él. Su amor por el fútbol es genuino y sincero, y no quiero que pierda la oportunidad de mejorar y realizarse en un deporte que le apasiona. También me preocupa que, en lugar de disfrutarlo, sienta que se ha convertido en una carga, especialmente cuando estas situaciones lo afectan tanto que le restan felicidad. Aunque no siempre tengo una solución mágica, mi papel es seguir dándole apoyo y recordarle que cada error es una oportunidad para aprender. A veces, lo más importante es ofrecerle palabras de aliento y estar presente para él.

Hoy, sintiéndome un poco mejor, estoy aprendiendo a aceptarlo todo con más calma, reconociendo que, aunque mi paciencia y mi energía son limitadas, mi amor y mi compromiso con él son infinitos. A veces, simplemente estar allí para él, escucharlo y ofrecerle un abrazo sincero es todo lo que realmente importa.

Y también me pregunto, ¿cómo manejan otras madres la frustración de sus hijos cuando no encuentran una solución inmediata para aliviar su dolor?